29/11/07

Fabio Jurado Valencia

¿Uribe es Pedro Páramo?

La literatura alude a la realidad; alude, no la elude, por más que el escritor quiera trascender la realidad en la que habita. Pero lo que hallamos en la literatura no es la realidad empírica, la que vivimos cotidianamente, sino una forma de hacer sentir una realidad. También el lector intenta evadir la realidad práctica, que además le resulta malsana, pues el gran lector, como el gran escritor, es un neurótico y por eso se refugia en la búsqueda de un mundo ajeno. Al lector lo asedia la realidad de la que huye y para comprender aquella realidad literaria se ayuda, paradójicamente, de imágenes que sobrevienen del acontecer inmediato, aunque no se lo proponga: es el inconsciente operando en el acto de la interpretación del mundo.

Por estos días hemos vuelto a leer a Pedro Páramo, la magistral novela de Juan Rulfo, y han resultado inevitables ciertas asociaciones que los estudiantes construyen a partir de la realidad del país: Pedro Páramo, es quien es, porque a su padre, don Lucas Páramo, lo asesinaron en unos acontecimientos bastante ambiguos, pero se infiere que fue por un asunto de tierras. A partir de esta pérdida, en Pedro Páramo, el hijo de don Lucas, se anida “un rencor vivo” y se propone gobernar a Comala a la manera de un caudillo y de un dios de quien dependerá la vida de todos: “Pedro Páramo causó tal mortandad después que le mataron a su padre, que se dice casi acabó con los asistentes a la boda en la cual don Lucas Páramo iba a fungir de padrino…”. Y nada se hace en Comala sin la instrucción de don Pedro, el patrón. Como un compromiso con el deber filial, Pedro Páramo decide a quién hay que expoliar, vigilar y castigar; para ello cuenta con Fulgor Sedano, una especie de asesor meloso y a la vez capataz, es decir, un José Obdulio Gaviria, que sabe dónde están las mejores tierras, que para él son ociosas porque las tienen los pobres y los indios.

Los pequeños propietarios de Comala paulatinamente van despareciendo a través de ardides y de presiones, a semejanza del ejercicio del paramilitarismo: o vende o se va o se muere. Y entonces se pregunta por las leyes; frente a lo cual el patrón responde: “la ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros…“ Y la ley se va ajustando según las necesidades: “…mándalos en comisión con el Aldrete. Le levantas un acta acusándolo de usufruto o de lo que a ti se te ocurra. Y recuérdale que Lucas Páramo ya murió. Que conmigo hay que hacer nuevos tratos”. Se pretende también comprar las conciencias a cualquier precio y ofrecer las recompensas, todo en bien de la patria; esa patria de la que dicen los campesinos de Luvina que, como el gobierno, no tiene madre. La iglesia acolita sus ardides, porque “así es la voluntad de Dios”, como le dice el padre Rentería a su padre confesor.

La habilidad de un hombre que sabe hacer-hacer (lo propio de la manipulación) le garantiza la permanencia en el poder, no importa con quién haya que llegar a acuerdos, como bien lo hace este Señor, con quienes se han levantado en ese movimiento beligerante sin bandera, y que nos ha recordado las declaraciones del paramilitar Mancuso: “Bueno. Les voy a prestar otros trescientos hombres para que aumenten su contingente. Dentro de una semana tendrán a su disposición tanto a los hombres como el dinero. El dinero se lo regalo, a los hombres nomás se los presto. En cuanto los desocupen mándenmelos para acá”.

Tantas familias en ramilletes en los semáforos y en los restaurantes de los pueblos de Colombia, pidiendo una ayuda para comer y para enterrar a sus muertos, parecen confirmar la sentencia de Pedro Páramo: “Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo.” Pero las novelas, a diferencia de la realidad, tratan de cerrar la historia, haciendo realidad la ilusión de los lectores, como la manera en que Rulfo muestra el aniquilamiento del patrón: “Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.”

Con la relectura de Pedro Páramo uno vuelve a preguntarse: ¿Cuántos Juan Preciado buscan a su padre en este país de expoliaciones y de engaños, este país de fosas y de lápidas sin nombre? Comala es Colombia.



Revista Fractal dedicada a literatura colombiana

No es por el sentimiento de patria (término tan vacío hoy en Colombia), que nos embarcamos en esta empresa, empresa, digo, como trabajo con un horizonte intelectual: destacar las ideas y exaltar algunas figuras de la cultura, el arte y la literatura en Colombia. No es tampoco por el sentimiento de nacionalidad, palabra tan inasible para los colombianos, sobre todo cuando se va de una frontera a otra. Ni por la patria ni por la nación escribimos y recogemos las muestras de lo que hacemos. Es por ese diálogo cultural, sostenido entre Colombia y México, desde cuando Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla se encontrara con los mundos simbólicos de Sor Juana y expresara el deseo de compartir su celda, esto es, de amarla; es por esa búsqueda del encuentro, reiteramos, que aquí presentamos estas señales: las de Colombia en la revista Fractal.

México y Colombia, dos países parecidos en sus desgracias políticas y en sus fuerzas intelectuales y estéticas, si bien el primero marca las diferencias, a su favor, por esa historia milenaria que ha podido pervivir después de la conquista de los españoles y de las múltiples revueltas por el poder. Revueltas y guerras civiles, marrullas y componendas políticas, coinciden en México y Colombia a través de su historia.

Estos textos develan, sin proponérselo, el sentimiento de algunos de los escritores colombianos frente a la entropía que ha caracterizado las últimas décadas. Se exponen en una revista mexicana que por su pluralidad constituye el mejor lugar para que los lectores reconstruyan las semejanzas aquí insinuadas. Se trata de una revista y como tal reúne un puñado de trabajos, entre otros tantos que merecen estar aquí.

En el universo del caos la fatalidad se convierte en conocimiento, parece ser un emblema que se infiere en los textos aquí recogidos: nunca antes en Colombia habían despuntado tantos escritores, artistas plásticos, músicos, directores de cine, fotógrafos, actores e investigadores en todos los campos, como ha ocurrido en las tres últimas décadas. Es como si ante la carencia hiciéramos germinar en el desierto lo que el cuerpo requiere para subsistir.

Frente a la prepotencia y las mezquindades de quienes han sido los artífices de la cada vez más acentuada desigualdad social, los artistas y los académicos colombianos han podido llamar la atención y apostar por formas diversas de interpelación: desde la palabra y desde la imagen visual, cuya polivalencia busca sensibilizar para repensar el mundo y para afrontar la adversidad. Siempre nos preguntan cuando venimos a México, hasta cuándo vamos a permanecer en estas ambivalencias: por un lado, las fuerzas intelectuales y artísticas y, por otro, el carácter vacuo de lo que se llama democracia. Siempre nos es difícil contestar sin caer en la contradicción. Sabemos del carácter ambicioso de nuestros gobernantes y sabemos también de los obstáculos para que los ciudadanos tengan acceso a las fuentes, como los libros y las revistas, desde las cuales podrían tener mejor criterio para tomar decisiones, aunque el alto índice de abstencionismo constituye el referente de una actitud de renuncia a lo que en Colombia se da en llamar democracia. Dos hechos marcaron políticamente a toda una generación: el engaño en las elecciones de 1970, cuando le negaran la victoria a Gustavo Rojas Pinilla, y el golpe de estado al presidente Allende, en Chile; por eso cuando se les solicita a los escritores las colaboraciones para una revista cultural, esa experiencia es inevitable, como podrán observar los lectores en este número de Fractal.

Las revistas son el mejor lugar para hacer los balances de lo que significa la vida cultural y el pensamiento crítico de un país. El Maestro Edmundo Valadés decía con mucho tino que las revistas eran esa especie de estafeta que permitía poner en comunicación a los miembros de una comunidad, ya fuese la comunidad de los escritores, o de los pintores, o de los investigadores. Pero hay que decir también que a la vez que una revista nos pone en contacto con lo que está ocurriendo nos empuja también a repensar el pasado.

En este número de Fractal hallamos trabajos que nos hacen sentir la historia social de Colombia como un único estadio, donde todo parece estar quieto, es decir, como la no-historia. Pero en contraste, hallamos textos que nos acercan a la búsqueda vertiginosa de nuevas propuestas estéticas. Textos que dialogan entre sí, por los temas y las posiciones políticas y literarias de sus autores. Textos que ayuda a comprender los nexos del arte, incluidas aquí la arquitectura y la fotografía, con la vida política y las disciplinas de la historia. Textos, en fin, que revelan la poesía, entendida como la representación simbólica de un mundo posible en el que las ideas orientan y son un referente para el foro.

Contiene poemas de: Amparo Osorio, Fernando Denis, Felipe Robledo y Gonzalo Márquez Cristo. Minicuentos de: Álvaro Mutis, Triunfo Arciniegas, Harold Kramer, Germán Espinosa, Guido Tamayo, Fabio Martínez, Pablo Montoya…. Además del Manifiesto Nadaísta para el Siglo XXI de Jotamario Arbeláez, “Las tres batallas de Guillermo Cano” de Guillermo González y “Vivir la Noticia” del cronopio ausente Ignacio Ramírez.


* Escritor y catedrático universitario. Director del Instituto de Investigación en Educación de la Universidad Nacional de Colombia