29/11/07

Jotamario Arbeláez:

El elenco de la muerte

La noche del día aciago de clausura de bachilleres del Santa Librada College, cuando el padre Silva, como condescendencia, me entregó un cartón sin firmas para que la vergüenza de mis padres por mi fracaso no fuera pública, después de la fiesta que de todas maneras me hicieron en nuestra residencia del Barrio Obrero y que fue fastuosa, con una novia en cada uno de los tres patios, me encerré a decidir qué iba a ser de mí sin opción de estudiar alguna carrera profesional para ganarme la vida por culpa del álgebra de “Atila” y la trigonometría de “Morocho” –qué envidia con mi nítido compañero de afanes literarios Diego León Giraldo, quien marcharía del Bermanch a Bogotá a estudiar sociología en la Universidad Nacional– y tiré a cara y sello con la única moneda que me quedaba si me inscribía en artes marciales en el Gimnasio Olímpico o en artes escénicas en el TEC. Ganó el TEC.

Marché, pues, a matricularme de histrión, como me moteaba para burlarse de mí Alfredo Sánchez, en el Palacio de Bellas Artes, que dirigía Néstor Sanclemente, quien bebía aguardiente en la tienda vecina y me ofreció el primero de la mañana, a mí que no bebo. Era el asesor contable el poeta Éber Cordobez, quien en adelante me permitiría utilizar su máquina para hacerme el poeta. Me indicó que debería ingresar en su curso Ruquita Velasco, quien de entrada me puso a improvisar el monólogo de Segismundo. En esas entró Enrique Buenaventura, seguido por el escenógrafo argentino Roberto Arceluz, quienes al verme incursionando en sus predios no cesaban de mofarse de mi deleznable figura, que nunca resistiría el peso de un drama. Me pidió Berta Cataño con una escoba que desalojara el teatrino porque el gran actor argentino Pedro I. Martínez debería ensayar su papel de Edipo. El actorazo me pasó unos billetes y me pidió que le consiguiera en la tienda, sin que me viera Sanclemente, una botella de vino seco.

En la tienda sonreía con el bigote húmedo el pintor Hernando Tejada, quien tenía su estudio adyacente. Tomaba gaseosa con una linda modelo que acabaría de pintar y me presentó. “Yo soy Marlén y no es necesario que me digas quién eres sino qué quieres.” Quedé tan deslumbrado que le pedí que me enseñara del Palacio la parte oscura, pues era alumno nuevo y no había pasado del primer piso. Me hizo señas de que la siguiera y terminamos en la terraza, que era el depósito de utilerías y allí, en medio de la escenografía de Sueño de una noche de verano, mientras nos besábamos con los ojos cerrados hicimos el amor en puntas de pie, ella subida sobre dos latas de vinilo. Cuando llegó la hora de ver estrellas abrí el ojo y -espiándonos entre los trebejos- alcancé a precisar las cabezas de dos figuras estelares del TEC, Luis Fernando Pérez y Mario Ceballos, quizás masturbándose. Como ya era hombre de teatro hice caso omiso del voyerismo, acompañé a mi dama con quien a partir de ese momento viviría intensos años al piso de abajo, donde la esperaba su esposo el pintor excéntrico Enrique Calle, el mismo que luego de pintarla a ella con los colores del mar se haría famoso pintando atardeceres de San Andrés con los colores de ella bajo el seudónimo de Kat. Estaba acompañado por el buenmozo de Helios Fernández, quien había invitado a la pareja a cenar al Hostal, supongo que con sus terceras intenciones. Ella se disculpó diciendo que prefería seguir conmigo.

Esta historia, sucedida en un solo día como el Ulises, no tendría nada de fantástica, por más que se remita a los años 60, si no fuera porque tanto el padre Silva como mis padres y los profesores “Morocho” y “Atila”, los nadaístas Alfredo Sánchez y Diego León Giraldo, el director de Bellas Artes Néstor Sanclemente y su revisor fiscal el poeta Éber Cordobez, el director del TEC Enrique Buenaventura, el escenógrafo Arceluz y los actores Ruth Velasco, Berta Cataño, Pedro I. Martínez, Luis Fernando Pérez, Mario Ceballos y Helios Fernández, mi mujer Marlén y su esposo Kat, hoy ya no tienen residencia en la tierra.

Mientras cerca de la cima de la montaña, contemplando la caída de la tarde sobre la serranía de El Tablazo, en la capital, saboreando un tequila y a salvo de la parca, tejo esta historia de la que me resultan todos los personajes difuntos. Como en Rulfo. ¡Qué susto! ¿Cuál de estos espíritus será el que venga esta noche a jalarme las patas y a descorrerme las cobijas?

Me imagino que Pedro I., a quien nunca le llevé el vino.



Por qué no me callo

A diferencia del gran poeta Álvaro Mutis, quien muere por ver un rey, no es mucha la gracia que me hacen los soberanos. Tal vez por haber crecido en el barrio Obrero, y estudiado en un establecimiento público, donde lo único notable que hice fue colaborar en el derrocamiento de un gobierno militar a pedrada limpia (iba a decir, a santa pedrada.) O tal vez por haberme vinculado a la iconoclasia, que nos impulsaba –tiempos aquellos de exagerados ardores- a “ahorcar al último tirano con las tripas del último cura.” Como se ve, tampoco veía con buenos ojos a los ‘gorilas’ en los gobiernos, y tampoco me era sufrible ningún gobierno.

Viene esto al caso con motivo del zafarrancho armado en la sesión plenaria de la Cumbre Iberoamericana el pasado sábado (10-11-07) en Chile, entre el presidente venezolano Hugo Chávez, el español José Luis Rodríguez Zapatero, el nicaragüense Daniel Ortega y el Rey Juan Carlos I de España. Uno de esos eventos donde se ven enfrentadas la pujante izquierda sobreviviente y la impetuosa derecha neoliberal -así el tema sea la cohesión social de la comunidad iberoamericana-, en los cuales debiera imperar, como en las nobles cortes, el tratamiento respetuoso y el modal diplomático.

Pero no hay que olvidar que en 1960, en la ONU, el primer ministro soviético Nikita Kruschev, aburrido de que no se le concediera la palabra –y tal vez furioso porque no se le permitía visitar Disneywold-, se quitó un zapato y lo azotó repetidas veces contra su curul hasta que las cámaras de televisión le pusieron bolas. Los izquierdistas recalcitrantes e inteligentes, para llamar la atención, no vacilan en apelar al truco circense.

Ortega criticó las actividades de una empresa española en su territorio y Chávez la de otra en el suyo. Y pasó a tildar al ex jefe de gobierno español José María Aznar de fascista, lo que implicó que el actual jefe de gobierno español entrara a defenderlo, a pesar de su antípoda posición ideológica. Ello dio pie para una altisonante reiteración de Chávez que hizo que su sacarreal majestad estallara con un estentóreo: ¿Por qué no te callas?, seguido de un ostentoso abandono del recinto.

El neoliberalismo afirma que el grosero fue Chávez y la izquierda exquisita que el patán fue el rey. Explica Chávez que Aznar tuvo que ver con el golpe que se le dio en 2002, y llegó a cuestionar al mismo rey (“Podrá ser muy rey...”) de también tener velas en el asunto.

No creo que la dignidad de un rey esté por encima de la de un jefe de estado elegido democráticamente. Desde que de niño escuché en la escuela el himno nacional de la república de Colombia me sigue resonando ese gran principio de que “el rey no es soberano”, por lo menos para nosotros los emancipados. Por muy bocón y desbordado que sea Chávez, como lo tildan los bieneducados, hay que reconocer que representa soberanamente a su pueblo. Mientras que el rey lo es por mandamiento divino. Cosa que dudo, por lo menos en este caso. Creo más bien que fue impuesto por Francisco Franco, españolete de la más triste recordación.

En la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado (julio-1947), el sucesor a título de Rey propuesto fue Juan Carlos Borbón y Battenberg, pero sus no muy cordiales relaciones con el Generalísimo hicieron posible un salto de garrocha que permitió el nombramiento de Juan Carlos como Príncipe de España. Fue un sucesor designado por Franco, y a la muerte de éste, el 20-11-75, juró acatar los principios del Movimiento Nacional, que perpetuarían el Franquismo. Sin embargo, ni bobo que fuera, promovió un referendo de reforma que contó con un apoyo del 94%, lo que le permitió ponerle conejo a su compromiso con los antiguos verdugos de España y derivar hacia la democracia. Fue proclamado Rey el día 22 y coronado el 27. Sólo 2 años después su padre, ante lo inevitable, abdicó a sus derechos dinásticos y a la jefatura de la Casa Real ante la joyita de su hijo.

Entre los delitos contra la democracia hay dos detonantes. El golpe de estado, como el que le dio el general Rojas a Laureano con el beneplácito de casi toda la población, y el fraude electoral, como el que le hicieron al general Rojas, con el beneplácito de la clase dirigente. Y en este paquete está la complicidad con los golpistas, de parte de los gobierno de otros países. Cómo no va a tener derecho el agraviado en ponerlo de presente en una reunión internacional. Pensaría el señor rey que Chávez, en la progresión de su cantaleta, no se limitaría a acusar a Aznar de fascista y de haber colaborado con el golpe que casi lo tumba, sino que iba a llegar a mencionarlo a él, como indirectamente lo ha hecho en otros contextos, y por eso protesto y se abrió. Y así vimos que en Chile llegó el reyecito y mandó a callar.

En este momento, en España, el “¿Por qué no te callas?”, en la voz del monarca, está siendo usado como ringtone para celulares. Y sobre esa burla popular de los mismos españoles nadie protesta. Yo tampoco me burlo pero no me callo, porque no soy lacayo ni soy cipayo.

* Poeta, periodista y cultor del terrorismo expresivo en su formas más genuinas, impetuosas y puras.