29/11/07

Enrique Rodríguez Pérez

La lógica de la destrucción

Las palabras se han vuelto planas. Se oyen, se siguen. El discurso dominante arrecia contra el pensamiento crítico. Avanza como un arma invisible. Desplaza, excluye, dispara. Como no causa la muerte, produce moribundos. Ideas muertas que se repiten, que aprueban todo. El rey vence porque manipula la acción, la palabra. Hace parecer legal lo ilegal e ilegal lo legal. Confunde mediante un discurso que aparentemente es objetivo y nada ambiguo, pero es lo más ambiguo que se ha elaborado porque es el discurso de la doble moral. Encarcelamos al paramilitar, al parapolítico, narcotraficante, al guerrillero, al delincuente, al estafador. La sociedad se está limpiando. Pero queda el bueno, el honesto gobernando, maquillado en la máscara del “yo soy la verdad”, de Platón. Hace creer que hace justicia, pero derrumba la justicia por todos los medios. Usa lo ilegal para demoler lo legal, vehiculado por la comunicación de los medios y los estereotipos.

EL lenguaje se achica, sólo presenta una mirada, una versión. Todo se ha vuelto periodístico. Se ha llegado a la realización del proyecto moderno racionalista de un modo simple. Todo ordenado bajo una mirada que cree tener el poder de decirlo y solucionarlo todo. Y pobre de aquel que refute los argumentos. Sin embargo, al ver por atrás del discurso, no hay argumentos y cuando se enfrenta a sus contradictores, exige argumentos y no consignas. Pero el rey esboza consignas, repite consignas para que el pueblo, en su ingenuidad lingüística, las convierta en actitudes de seguidor incondicional. Y surgen estos juegos de palabras: falso positivo, libérenlos ya, no más…, pirámide, yidis política, parapolítica, operación jaque, marcha violenta, y sobre todo seguridad democrática (porque está tan mal que toca asegurarla, pero queda peor), terrorista el otro. ¡Qué metáforas del contrasentido!

El lenguaje lineal y finalista desarma el pensamiento poético, el movimiento creador. Como un gendarme modela la palabra como repetición. Ilustra de una única forma, reprime sutilmente (que es lo más peligroso e insano) la toma de posición que refuta o está en desacuerdo. Como una pantalla de televisión se ve el país, achicado, modelado. Sólo la verdad está en un lado; en el otro, equivocación, resentimiento, populismo. Sin dejar ver que en ese discurso pantallero lo que se exacerba es, precisamente, la incoherencia, el populismo, el miedo. El cristiano recalcitrante se pone la ruana, el sombrero costeño, el bastón del indígena y pega y violenta y ruge. El rey se ha multiplicado, se entalla, se pavonea como un gallo de pelea. El gobernador se autodefine honesto y el eco de la masa lo repite. Todos se vuelven emperadores de la fantasía, sin saberlo.

El discurso vuelve a repetirse, a confundirse con el discurso del emperador. ¿Y dónde está el lenguaje como signo, como significación? ¿Y qué pasa con el poema que diluye lo plano, que hace crestas, que problematiza, que produce duplicidades abiertas? ¿Dónde se junta la metáfora y la ética, la poesía y la política?

Pensamiento que se consume de muerto

La palabra aplanada destruye el pensamiento. Y éste no reacciona porque se hunde en el mito de la masa. El pensamiento mecánico se vuelve consigna repetida aquí y allá. Eslogan dicho infinitas veces. Modelo planificado para que se quede en la memoria. Y se queda como engaño que causa bienestar y progreso, rectitud y salud democrática.

Pero este terrible juego de la apariencia oculta el desastre, la decadencia de la razón que proclama la libertad individual, el dominio de la naturaleza, la colonización de las dimensiones vitales, el poder de lo bueno y de lo bello, la pasividad del sujeto, la alienación económica.

Pensamiento caído, desterrado, en decadencia. Incapaz de la duda, de lo incierto, de lo móvil. Sin energía para pensar el infinito, la multiplicidad, la simultaneidad, lo diverso. Pensamiento instrumental que se afianza en la fuerza del poder que esconde una debilidad atropellante.

Aquí el pensador queda cercenado en su cabeza, queda con pies y manos para trabajar mil veces tres. Dominado por la jerga de la libertad y la seguridad. Libertad y seguridad para unos, los más fuertes; sumisión e inseguridad para los débiles. Tanto que tienen que comprar seguros para todo, para ver si pueden sobrevivir. Compran a crédito los seguros que venden los demócratas, los ilusionantes, los modeladores de la falsa apertura, de la máscara de la dicha.

El pensador “antidemócrata” es expulsado. Siempre condenado a callarse, a someterse. Sin embargo, aún resurge de la carne, del sufrimiento creador, del talle de lo que no renuncia a la rebelión. Se hace poeta, profiere la palabra que lacera, que retumba en el mármol para partirlo, que ondea sobre las cabezas dormidas como un logos irreverente. El pensador poetiza para desarmar la máscara y para reconocerse enmascarable, así se hace auténtico, divisible, diferente, de carne y hueso. Ajeno al modelo, no moldeable pero inventor de la pluralidad.

Estética de la imagen y la masa

La estética de la vida moderna aplanada. Estética de la vida colombiana. Se teje la imagen desde la imagen. Se logra una perfección simbólica que parece ser auténtica, pero al verla por detrás sólo guarda podredumbre, deshonestidad, manipulación, juego violento. Imagen que se construye sobre la guerra para construir la paz, sangrienta forma de antipatía, siniestra mano que tiene rostro casi noble, bonachón. Amabilidad horadante y repulsiva. Calidez y ternura que guarda odio y demencia.

Estética de uno y otro bando, tan igual que duerme y enarbola el mismo odio, las mismas armas. Juego de imágenes de aquí y allá. Pero el terror se disfraza de convivencia para ir asesinando desde la sombra. Cada página de periódico, cada comercial de televisión, cada noticiero, cada idea política es la multiplicación de esa violencia soterrada que predica confianza. Como está tan bien lograda, perfectamente construida, convence. Pero ¿qué diferencia habría entre los dos bandos, entre la derecha y la izquierda, entre el arriba y el abajo. Si están el uno y el otro actuando de la misma forma, jugando con las mismas imágenes y procedimientos. ¿Qué diferencia hay entre la imagen del carriel y la toalla, entre la gorra y la escopeta, entre la bota de caucho y la bota de cuero? ¿Entre la corbata y el fusil?

El mecanismo se diluye en las mentes como agua impura, como lluvia bebible. ¿Dónde acampar de este temporal de las visiones, de los signos incompletos?

Política del deterioro

Bajo esta ruina de país, en su apariencia de medianía; fluye una corriente que se fragua en la desconfianza, la sospecha, el cansancio. Sin embargo, aún hay mucha quietud, pero amanecen los indígenas en la Universidad Nacional, como una señal de que nada anda bien. Sin ser escuchados por el imperio caricaturesco criollo, regresan a sus tierras. ¿Qué se espera de un país que no admite las razones de sus propias raíces?

De inmediato, con un misterio no misterioso se gesta el escándalo de las pirámides, para borrar la otra protesta. ¿Pero acaso, el sistema financiero de nuestro país, no es una pirámide invertida? Y a ellos no los arrestan, pero empobrecen a los pobres y a los de clase media con sus mecanismos de tarjetas y cobros e intereses. ¿Pero el sistema cómo va a dejar que lo supuestamente ilegal invada y ponga en quiebra los bancos? Esto pone en entredicho todas las liquidaciones y los controles para parecer buenos, relativiza las capturas, hace sospechar de la justicia que se busca.

Poco a poco se va borrando el fenómeno de la parapolítica. Hay superposiciones mediáticas que lo logran: los premios de Juanes, los partidos, las marchas que enmascaran intereses oficialistas con el eco en la masa, las operaciones jaque (efecto cinematográfico del engaño). El país sigue en manos de todas estas parapolíticas parafinancieras. Ahora se engaña para liberar secuestrados y se piden recompensas: ¿Acaso nos son formas del secuestro al revés? Lo que cuenta es el comercio con la gente.

Y quién inició esta guerra. ¿La guerrilla apareció por arte de magia? ¿Sólo en estos actores hay deterioro moral y decadencia violenta? ¿Qué es más violento que la pobreza, las detenciones de líderes sociales, los desplazamientos causados por todos los bandos, los gases lacrimógenos, los falsos positivos, el enriquecimiento de los ricos?

Finalmente, ¿habrá oportunidad para consolidar otra forma distinta de pensar, que se distancie de estas lógicas ambiguas? ¿Acaso la poesía, las artes, la cultura, la política vinculada con la ética, no impulsan a la acción, a la transformación del pensamiento? ¿Y en las escuelas, dónde está la poesía, dónde el arte? Por eso, hay un reto, romper estas apariencias cómodas de bienestar, gestar un pensamiento creador que se rebele contra estos imperios diminutos y sutiles que nos envuelven como araña sangrante.

* Poeta y catedrático de la Universidad Nacional de Colombia